El Día Mundial del Medio Ambiente 2025 se centra en un tema crucial: poner fin a la contaminación por plásticos. La realidad es que en México, de acuerdo con datos del gobierno federal, se producen cerca de 44.6 millones de toneladas de residuos urbanos, de los cuales, siete millones son plásticos que pueden terminar afectando los ecosistemas.
La doctora Adriana Petrovna Gómez Bonilla, investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), reconoció que abatir esta situación, requiere de iniciativas colectivas en donde las instituciones de educación superior tienen un papel fundamental y activo al generar y difundir conocimiento e investigación.
“Desde el Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa hemos ido entendiendo y analizando mucho el componente social de la crisis ambiental, lo que nos lleva a reflexionar qué tanto las acciones individuales son el camino más idóneo para enfrentarla”.
En entrevista, señaló que, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado hubo un boom de la llamada “educación ambiental” que promovía la separación de basura, cerrar la llave del agua y otras labores individuales que, sin duda, es importante seguir inculcando en las nuevas generaciones.
Sin embargo, resaltó que algo que ha quedado en evidencia después de más de 40 años es que esas iniciativas no han sido suficientes ante una crisis ambiental que es un problema estructural, donde la mayor parte de la población en el mundo y, particularmente en México, parece no estar consumiendo tanto como se dice.
Hay unos datos muy reveladores que presentó la Oxfam, confederación internacional de organizaciones no gubernamentales (ONG) que trabaja para combatir la pobreza, la desigualdad y la injusticia, “que muestran que el 10 por ciento más rico de la población a nivel mundial produce el 50 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que están detrás del cambio climático y el 10 por ciento de las emisiones proviene del 50 por ciento de la población que no tiene muchos recursos económicos”.
En ese sentido, si se compara cuánto nivel de contaminación genera que un multimillonario viaje en helicóptero tres veces al día, frente a alguien que se traslada en transporte público, la diferencia es considerable, manifestó la doctora en Desarrollo Rural.
Ante este panorama, la académica de la UAM ha llevado a cabo proyectos desde el enfoque de la ecología política, una de sus líneas investigación, cuya premisa sostiene que la crisis ambiental no es un problema técnico, sino político, entendido como relaciones desiguales de poder e injusticias sociales que contribuyen a la degradación del entorno.
Indicó que, en la última década este camino ha tenido un desarrollo relevante al proponer acciones más amplias que van más allá de las soluciones técnicas ante la crisis ambiental e incluso en algunos casos una renovación en el modelo económico.
“Ante el cambio climático global una de las posibilidades que se ha visto es dejar de usar combustibles fósiles como petróleo, gas y derivados y transitar hacia energías alternas como la solar, eólica y otras no tan conocidas como el hidrógeno verde o la energía mareomotriz que utiliza las corrientes marinas para generar electricidad”.
Sin embargo, la doctora Gómez Bonilla alertó que, de acuerdo con datos del Banco Mundial, se necesitarán más de 3,000 millones de toneladas de minerales y metales para hacer esta transición energética.
“Lo anterior nos habla de que para ello se tendría que impulsar la megaminería, que es sumamente dañina para el medio ambiente, para las personas y para la salud, lo cual genera una contradicción porque se piensa que para resolver un problema como el cambio climático hay que seguir destruyendo más el planeta”.
A esto se suma el incremento de “las zonas de sacrificio”, es decir, áreas en las que las autoridades priorizan el progreso económico, generalmente industrial, sobre el bienestar de las personas y el hábitat, causando graves conflictos de contaminación y salud en las comunidades locales y mayor desigualdad.
Parte de estas reflexiones están en el libro Prefigurar el futuro. Dinámicas extractivistas y energéticas en clave latinoamericana, editado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y la doctora Gómez Bonilla es una de las coordinadoras, en este título se analiza en profundidad el avance de la transición energética y los agroextractivismos en América Latina (https://biblioteca-repositorio.clacso.edu.ar/bitstream/CLACSO/253241/1/Prefigurar-el-futuro.pdf).
De acuerdo con la doctora Gómez Bonilla, el extractivismo está basado en la explotación intensiva de recursos naturales, como minerales, petróleo, agricultura y ganadería en nombre del desarrollo, lo que también genera impacto ambiental y social.
“Hay patrones de extracción que están sobrepasando la capacidad para regenerar los ecosistemas. Estamos cerca de entrar en un punto de no retorno; si desaparecieran los bosques que nos dan beneficios como captación, recarga de los mantos acuíferos y que actúan como sumideros de carbono estaríamos en una situación muy grave”.
A pesar de este contexto desalentador, la doctora especializada en estudios rurales, conflictos socioambientales, territorio, cambio climático, así como género y hábitat, considera que es posible revertir estos daños.
“Es necesario seguir generando conocimiento a partir de las características que tiene nuestro país, la ciudad de México y la zona metropolitana y es algo que ya viene haciendo la UAM; ahora, es importante ver cómo logramos que ese saber que se está generando en la universidad y con evidencia científica pueda incorporarse en la política pública”.
Por ello, sostuvo que otra de las medidas que pueden impulsarse es exigir a los tomadores de decisiones que se modifique la política pública en materia ambiental con equidad, con justicia e igualdad. A esto se suma la labor de organizaciones de productores, brigadistas forestales y grupos de personas organizadas que promueven acciones que tienen resultado.
Existen casos de éxito en suelo de conservación en alcaldías rurales de la ciudad de México, Tláhuac, Milpa Alta, Xochimilco, Magdalena Contreras, Cuajimalpa y Álvaro Obregón en donde no se utilizan agroquímicos, sino otras formas de cultivo, o bien se efectúan reforestaciones o se colectan semillas para crear viveros.
“Vemos procesos que no son individuales porque solo nadie puede, pero son grupos organizados que están haciendo una gran labor y si vamos sumando todas estas tareas que parecen pequeñas, en conjunto están teniendo un impacto”, externó la doctora Gómez Bonilla.