Los pueblos mexicas practicaban eminentemente la agricultura y, por lo mismo, la lluvia era el elemento al que más rendían culto a través de una serie de deidades que representaban a la naturaleza, como Tláloc, que controla el agua y del que se desprenden otros dioses que evocan la fertilidad de las tierras a través de los ríos, lagunas y lluvias.

“En la gran ciudad de Tenochtitlan, rodeada de lagos y canales, el líquido no era solo algo que provenía del río o de la lluvia, sino que era un elemento sagrado”, según se relata en una cápsula radiofónica dentro del programa AguaCERO, que se transmite a través de UAM Radio, 94.1 FM, que remarca que “los pueblos antiguos comprendían la importancia de los cuerpos de agua; era parte esencial de sus rituales, sus leyendas y hasta del origen del mundo”.

Era parte del mundo náhuatl espiritual y tenía sus propias deidades; entre ellas destaca una figura femenina de gran poder y belleza cuyo nombre era Chalchiuhtlicue, diosa de los ríos, lagos y manantiales que personificaba la pureza, la fertilidad y la renovación. Esta diosa era la esposa de Tláloc, aunque en ciertos mitos aparece como su hermana.

Chalchiuhtlicue también era la patrona de los nacimientos; se creía que en los partos limpiaba el corazón del bebé para hacerlo sano y puro, que su agua daba la bienvenida a los nuevos seres en este mundo. Su poder iba más allá de la fertilidad física, pues tenía la capacidad de fecundar la tierra en los ritos agrícolas; fue considerada la protectora de los navegantes, pescadores y comunidades ribereñas.

De acuerdo a la mitología azteca, el mundo ha vivido cinco eras o cinco soles, cada uno corresponde a un periodo en el cual reinaba un dios y finalizaba con una catástrofe que destruía a la humanidad. Luego, los hombres renacían regidos por otro dios. Se dice que Chalchiuhtlicue gobernó el cuarto sol, llamado Nahui Atl o cuatro aguas.

Durante su reinado, ofendida por las acciones humanas y por Tláloc, lloró. Su clamor fue tan intenso que las aguas de su llanto desataron un gran diluvio que cubrió la tierra. El agua creció durante 52 años seguidos hasta que todos los montes desaparecieron y la gente se ahogó. Los que lograron sobrevivir se convirtieron en peces. Así, el cuarto sol llegó a su fin.

En Cholula y Tlaxcala, las deidades que estaban relacionadas con el agua eran sobre todo femeninas, destacó Norma Angélica Castillo Palma, profesora del Departamento de Filosofía en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), en entrevista para AguaCERO.

“El culto al agua y la tierra estaban ligados a la fertilidad y, en el caso de Cholula, a su gran pirámide, dedicada a Chiconaquiahuitl, diosa de las nueve lluvias”.

En la cultura tlaxcalteca, Matlalcueitl es una diosa asociada con la lluvia y las aguas terrestres, conocida como la ‘diosa de la montaña’ o ‘la de la falda azul’. Es considerada la consorte de Tláloc, el dios de la lluvia, y se le representa con mantos azules o verdes, simbolizando las montañas y la vegetación. A estas deidades se entregan para pedir por lluvias que fertilicen sus cultivos.

En la actualidad hay comunidades que practican algunos de esos rituales ancestrales para invocar la lluvia; en los altos de Cholula están los “graniceros”, que leen las nubes para predecir si van a llegar las lluvias y en qué proporción. Son prácticas a partir de tradiciones orales y sincretismos de la cultura prehispánica y la modernidad. Se desarrollan sobre todo en comunidades que viven alrededor del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.

Cada región creó sus propias deidades de acuerdo a su cultura: en Oaxaca, los zapotecos tenían a Pitao Cocijo, dios del rayo y la lluvia; los mayas rendían culto a Chaac, venerado por su relación con la agricultura y la fertilidad gracias al agua, por mencionar algunos.

Cada cultura rindió sus propios rezos y tributos, algunos rituales sombríos y otros de festejos y algarabía, precisó la doctora Castillo Palma.

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