La reciente confirmación del avistamiento del águila harpía (Harpia harpyja) en la región Selva Lacandona, Chiapas, que anunció el equipo de Dimensión Natural A.C., llena de profunda alegría y esperanza a la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). Aunque ya existían reportes previos no se contaba con evidencia fotográfica, importante para una especie tan significativa, esta nueva observación ha cobrado una relevancia especial por su amplia difusión, lo que también implica una mayor responsabilidad para garantizar su protección.
Esta especie, una de las aves rapaces más grandes y poderosas del mundo, habita únicamente en zonas conservadas de la selva tropical, y su presencia es un indicador valioso de la salud de nuestros ecosistemas.
Más allá de la emoción que despierta su hallazgo, es urgente reflexionar sobre la ética que debe guiarnos como amantes de la naturaleza, observadoras y observadores de aves. Al confirmarse su presencia, las redes sociales se llenaron rápidamente de publicaciones. Es comprensible: este tipo de avistamientos son raros, emocionantes y esperanzadores. Sin embargo, el entusiasmo nunca debe estar por encima de la protección de la especie.
Una de las reglas más importantes en la observación ética de aves es no compartir la ubicación exacta de los nidos ni de sitios sensibles. Aunque las intenciones pueden ser buenas, esta información puede ponerlas en riesgo: provocar estrés, abandono del nido, saqueo o depredación. La conservación también se hace en silencio, en este caso, compartir menos es cuidar más.
La observación de aves es una actividad poderosa que nos permite reconectar con la vida silvestre, incluso conservarla, pero debe practicarse con respeto y conocimiento. Algunas prácticas fundamentales incluyen mantener una distancia adecuada, evitar el uso de grabaciones de cantos, no alterar el comportamiento natural de las aves y, sobre todo, observar con humildad, sin invadir.
El águila harpía nos recuerda que aún hay vida en lo más recóndito de la selva; que los relatos que cuentan los abuelos de la harpía se siguen escribiendo entre las copas de los árboles. Pero su presencia también nos lanza un llamado: cuidar, conservar, sumarnos a la conservación de la selva lacandona. Que seamos aliadas y aliados de la vida, no amenazas.
Desde la Conanp, en la Reserva de la Biosfera Montes Azules, Chiapas, se han implementado diversas acciones concretas para contribuir a la conservación de las aves rapaces, incluyendo al águila harpía:
1. Monitoreo comunitario y vigilancia: con el Programa para la Protección y Restauración de Ecosistemas y Especies Prioritarias (PROREST), las comunidades originarias realizan labores de monitoreo y vigilancia, participando activamente en la protección de las especies y sus hábitats.
2. Investigación y educación ambiental: se impulsa la generación de conocimiento científico para comprender mejor la ecología y necesidades de las rapaces. Paralelamente, se desarrollan procesos de educación ambiental en colaboración con las comunidades locales para fortalecer la conciencia sobre su importancia ecológica.
3. Colaboración internacional: A través de alianzas trinacionales con Guatemala y Belice, en coordinación con la Agencia Alemana de Cooperación Internacional (GIZ), se dieron los primeros pasos hacia una estrategia integral para la conservación de las aves de la Selva Maya, especialmente las rapaces neotropicales. Este esfuerzo conjunto abarca la protección de hábitats, la educación ambiental y el fortalecimiento de capacidades locales.
El avistamiento del águila harpía no solo debe maravillarnos, sino comprometernos. Porque conservar es un acto cotidiano que comienza con decisiones pequeñas, pero significativas: observar con respeto, actuar con responsabilidad y compartir con conciencia.
Solo así, con ética, conocimiento y trabajo colectivo, podremos asegurar que el majestuoso vuelo del águila harpía continúe audazmente entre los árboles de la selva por muchas más generaciones.

Redactó:
Angélica Zambrano Ríos, Reserva de la Biosfera Montes Azules

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